[Revista Balcanes] Albania sin topicazos

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Los tópicos albaneses, tradicionalmente negativos -mafia, aislamiento, pobreza…-, están siendo sustituidos lentamente por otros de mejor tono: hospitalidad, autenticidad… Ya se ha convertido casi en un cliché eso de que la Lonely Planet de hace un par de años incluyó Albania entre los destinos más guais.

 

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Viajando por Albania sin topicazos

No suelo ocuparme de Albania desde la óptica del turista, aunque me consta que muchas visitas llegan al blog buscando eso. Creo que nunca he escrito ningún post para dar consejos sobre qué comer, qué visitar… Pero voy a hacer una excepción, que llega el verano y a lo mejor a alguien le sirve.

Los tópicos albaneses suelen ser negativos: mafia, aislamiento, pobreza… aunque están siendo sustituidos por otros de mejor tono: hospitalidad, autenticidad… Ya se ha convertido en cliché eso de que la Lonely Planet de hace un par de años incluyó Albania entre los destinos más guays. Y a base de tópicos están escritos casi todos los artículos que hay en la web en español. Información de cuarta mano, sin contrastar, sin actualizar… (Esas fueron algunas de las conclusiones a las que llegamos en una de las asignaturas que me encaloman en la universidad, en la que puse a todos los chicos a identificar en internet, y a analizar después, artículos en castellano que hablasen de Albania desde una perspectiva turística.) La única guía publicada en español que yo conozco la hicieron unos tíos que estuvieron una semana de viaje por el país. ¡Una semana!

Así que ahí van mis consejos:

¿Qué ofrece Albania? Paisajes estupendos, paisanaje curioso, aventuras para contar a la vuelta y presupuestos para todos los bolsillos.

El país es de lo más seguro que yo he conocido por la zona. Por lo general, en taxis, comercios, bares o restaurantes ni te timan, ni te intentan engañizar, así que fuera temores. Los albaneses  son majetes y siempre intentan ayudar. Eso sí, son muy mirones y poco disimulados. Supongo que es lo que tiene no ver guiris a menudo. A veces es divertido y a veces molesto. Pero eso ya depende de uno y de los otros.

Para moverse por el país si uno tiene poca pasta: autostop y furgonetas. Las distancias no se pueden contar en kilómetros. El país es enano pero hacer 200 km se puede convertir en un viaje infernal de 6 horas. La información sobre horarios o lugares donde coger los furgones es difícil de encontrar sin preguntar. Pero hemos dicho ya que los albaneses siempre intentan ayudar, ¿no? También se puede alquilar un coche, pero ojo, conducen como locos.

Comer… Se come bien en todas partes, desde el chiringo más modesto hasta el sitio más puesto, y por cuatro perras. El otro día, en la playa: ración de calamares deliciosa, ensalada para dos (en realidad para una familia numerosa), queso, ración de patatas fritas y dos cervezas Korça de medio litro por, al cambio, 10 euros. Y el tipo nos invitó al postre. Zamparse un pescado- recién pescado- a la brasa a la orilla del mar, hoy en día, no tiene precio. Los platos albaneses de la mayoría de los menús son poco elaborados pero ricos. Y también le dan estupendamente a las variedades italianas (pasta, pizza, rissoto). Un amigo que nos visitó dijo, al marcharse: Este ha sido el primer viaje en el que he comido todos los días «de mantel».

¿Dónde ir?

Tirana no es gran cosa, pero si se viene en avión es lo primero que se ve. Es una ciudad curiosa y, excepto por el tráfico, agradable. Yo me alejaría del centro y callejearía por sus mercados. Y me daría una vuelta por el parque y subiría, paseando, a las colinas de enfrente para disfrutar de las vistas (y me quedaría a dormir aquí).

Berat, Gjirokastra y Butrint son patrimonio de la humanidad y están muy bien. Los mochileros del mundo que viajan por los Balcanes son los que más los visitan- un poco a la carrera- antes de pasar al siguiente país.

Kruja es una calle con lo que queda de un antiguo bazar en el que comprar souvenirs made in china (y alguna que otra antiguedad y artesanía) y una pequeña fortaleza. No se pierde uno nada si no pasa por allí, sobre todo si se va a cualquiera de los lugares que acabo de mencionar.

Los demás puntos turísticos destacados son un espanto: Durres, Vlora y Saranda son ciudades levantadas en lugares espectaculares, al borde del mar, pero arruinados por las construcciones sin orden ni concierto y la basura. Hay que pasar por ellas  pero no quedarse.

Soprendentemente se salva la ciudad de Shkoder, al norte, que está siendo muy bien rehabilitada y es agradable. Mi recomendación: después de darse una vuelta por la ciudad, conseguir una bici y llegar hasta el pueblo de Shiroka, al borde del lago que hace frontera con Montenegro.

A los amigos que han venido a  vernos les hemos ofrecido dos itinerarios para disfrutar Albania sin prisas:

El itinerario norte: las montañas. Los valles de Thethi y de Valbona son paisajes idílicos que se están haciendo muy populares entre los montañeros del mundo. No hay casi tiendas ni garitos y las infraestructuras son básicas pero siempre que hemos ido pienso en lo feliz que sería si me quedase allí a vivir. Cuesta llegar, porque la mitad del camino está sin asfaltar y es una pena ir con prisas.

El itinerario sur: la playa. Pasado Vlora hay que subir y bajar una montaña (Llogara) y por fin está el paraíso mediterráneo que uno tenía en mente. (Las playas del adriático cuando no están llenas de gente y chundachunda están sucísimas, o las dos cosas). Yo creo que lo que uno se encuentra al bajar es lo más parecido a lo que describía Gerald Durrel en Mi familia y otros animales (aunque él se refería a la isla de Corfú, que está frente a la costa albanesa). Pero hay que buscarlo: adentrarse en las terrazas de olivares y cipreses al borde del mar, tropezarse con burros y cabras que ramonean tranquilamente bajo una encina, enredarse con las zarzas y las jaras; buscar las calas más apartadas, las playas a las que- menos mal- todavía no se puede llegar en coche. Y hay que subir a los pueblos medio abandonados (Dhermi, Vuno, Himara, Qeparo…) y callejear entre sus ermitas y saludar a los viejetes que riegan los tomates o toman el sol a la puerta de casa. No desvelaré mis lugares favoritos, pero sí dejo dos buenas pistas para dormir y encontrar buenos «guías»: El albergue que abren en verano en la antigua escuela del pueblecito de Vuno y el Albergue Himara, en el pueblo con el mismo nombre.

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Para los que tengan más tiempo y ganas de irse por donde casi nadie va:

El este: Korça y sus remotos pueblos de piedra (Voskopoja, donde un amiguete monta un festival psicodélico, Vithkuq o Dharda) y la zona de Permet: parques naturales, aguas termales bajo puentes otomanos, iglesitas bizantinas… (una asociación con financiación italiana está trabajando por allí en el desarrollo turístico).

La conducción temeraria y la basura por doquier son, probablemente, el lado oscuro.

Al final cada uno se lo monta como quiere.

Feliz verano.

Dos días en Kosovo

El próximo domingo se celebran los cinco años de la independencia de la República de Kosovo. Curiosamente aquel día, un frío 17 de febrero de 2008, yo estaba en Belgrado, camino de Rumanía y fue bastante sorprendente ver que sí, que había una manifestación, claro, pero que eran cuatro gatos, comparado con lo que podía imaginar: hooligans birra en mano mezclados con popes ultraortodoxos agitando iconos mientras los paseantes de la calle peatonal les observaban con cara de pocos amigos. Me gustó verlo desde aquel lado, me dio la sensación de que los serbios estaban hartos y cansados de conflicto y guerras y de ser los malos de los Balcanes y de que lo que quieren es vivir en paz de una vez.

He estado en Kosovo varias veces, en la estupenda ciudad de Prizren, en Peja, cuna de la cerveza local, en Gjakova, en los monasterios serbios de Decani y Gracanica, en la caótica y vivaracha Prishtina… Y es una sensación curiosa, cuando pasas la frontera de Morine, de estar y no estar en el mismo país que dejo a mi espalda.

La lengua (mayoritaria, porque también se habla serbio) es la misma, aunque con un fuerte acento «gheg», la variante albanesa del norte (en el sur se habla «tosk»), donde la «o» suenan casi como «a». Pero se paga en euros y todo tiene un aire más «Europa del este» y menos «mediterráneo», (como se quejaba un colega, en Kosovo casi no se come pescado) si sirven de algo estas etiquetas. Y los jóvenes kosovares, o los «prishtineses» al menos, parecen más modernetes y más despiertos que sus colegas tiraneses.  En Prishtina hay cierta vidilla cultural (si queréis podéis añadir el adjetivo «alternativa») que echamos de menos en la capital albanesa, tienen unos garitos estupendos (la librería café Dit’ e nat’, el Tingell tangell…), una revista que pone el dedo en la llaga (Kosovo 2.0) y habla sin tapujos en cada número de, por ejemplo, sexo (probablemente el que más repercusión tuvo, por la violenta reacción de grupos de tarugos intrasingentes) o corrupción,  y también hay bandas de rock y  conciertos y festivales (de cine, ver Dokufest; de música, el NGOM)

Parece que haber pertenecido a Yugoslavia, mal que les pese, y la presencia, ingente, de internacionales con ganas de marcha y cosas que hacer han marcado el rumbo de esta pequeña capital, en la que lo mismo puedes darte un paseo por el mercado, al pie de hermosas mezquitas, que visitar uno de los edificios más feos del mundo (su Biblioteca Nacional, según la lista de los 10 edificios más espantosos de Virtual Tourist 2009) o ver una estatua de Clinton, que saluda, como un clik de playmobil, en un extremo de uno de los bulevares. Por tener, los kosovares tienen hasta aerolíneas low cost, o sea que, a pesar de que aún quedan países por reconocer al «estado más joven de Europa» (toma tópico!) y de que sus ciudadanos no pueden moverse alegremente por el mundo sin su visado correspondiente, easyjet ya mete al país entre sus destinos para neo-mochileros (porque muchos ya no llevan mochila sino maletita con ruedas).

De todos modos, he escuchado a kosovares opinar lo mismo de Tirana, y a skopjenses sobre Prishtina o Tirana (nosotros, orgullosamente, podemos decir que tenemos nuestro Open House, y nuestro Tirana Ekspress y nuestro Cargo, y nuestro Remix, nuestro Epershtatshme, y nuestro Bunkerfest, y nuestro pescado fresco). Así que creo que al final a uno le llama siempre la atención lo «novedoso» que ve en los dos días que uno consigue arañarle a la rutina y se va fuera, pero vivir allí (y vale poner en el «allí» el nombre de casi cualquier lugar) es otro asunto.

[No voy a hablar, conscientemente, de cómo está política o socialmente el país, ni de las tensiones en Mitrovica, con su población dividida y separada, (cómo no, otro tópico) por un puente. No tengo suficiente perspectiva ni lo concozco en profundidad. Eso sí, la primera vez que viajé a Kosovo desde Albania tardé unas 7/8 horas, la penúltima vez 5 y media y esta vez 4 y media, y eso que llovía y fuimos prudentes. Al menos, las carreteras sí que van bien].