Dos días en Kosovo

El próximo domingo se celebran los cinco años de la independencia de la República de Kosovo. Curiosamente aquel día, un frío 17 de febrero de 2008, yo estaba en Belgrado, camino de Rumanía y fue bastante sorprendente ver que sí, que había una manifestación, claro, pero que eran cuatro gatos, comparado con lo que podía imaginar: hooligans birra en mano mezclados con popes ultraortodoxos agitando iconos mientras los paseantes de la calle peatonal les observaban con cara de pocos amigos. Me gustó verlo desde aquel lado, me dio la sensación de que los serbios estaban hartos y cansados de conflicto y guerras y de ser los malos de los Balcanes y de que lo que quieren es vivir en paz de una vez.

He estado en Kosovo varias veces, en la estupenda ciudad de Prizren, en Peja, cuna de la cerveza local, en Gjakova, en los monasterios serbios de Decani y Gracanica, en la caótica y vivaracha Prishtina… Y es una sensación curiosa, cuando pasas la frontera de Morine, de estar y no estar en el mismo país que dejo a mi espalda.

La lengua (mayoritaria, porque también se habla serbio) es la misma, aunque con un fuerte acento «gheg», la variante albanesa del norte (en el sur se habla «tosk»), donde la «o» suenan casi como «a». Pero se paga en euros y todo tiene un aire más «Europa del este» y menos «mediterráneo», (como se quejaba un colega, en Kosovo casi no se come pescado) si sirven de algo estas etiquetas. Y los jóvenes kosovares, o los «prishtineses» al menos, parecen más modernetes y más despiertos que sus colegas tiraneses.  En Prishtina hay cierta vidilla cultural (si queréis podéis añadir el adjetivo «alternativa») que echamos de menos en la capital albanesa, tienen unos garitos estupendos (la librería café Dit’ e nat’, el Tingell tangell…), una revista que pone el dedo en la llaga (Kosovo 2.0) y habla sin tapujos en cada número de, por ejemplo, sexo (probablemente el que más repercusión tuvo, por la violenta reacción de grupos de tarugos intrasingentes) o corrupción,  y también hay bandas de rock y  conciertos y festivales (de cine, ver Dokufest; de música, el NGOM)

Parece que haber pertenecido a Yugoslavia, mal que les pese, y la presencia, ingente, de internacionales con ganas de marcha y cosas que hacer han marcado el rumbo de esta pequeña capital, en la que lo mismo puedes darte un paseo por el mercado, al pie de hermosas mezquitas, que visitar uno de los edificios más feos del mundo (su Biblioteca Nacional, según la lista de los 10 edificios más espantosos de Virtual Tourist 2009) o ver una estatua de Clinton, que saluda, como un clik de playmobil, en un extremo de uno de los bulevares. Por tener, los kosovares tienen hasta aerolíneas low cost, o sea que, a pesar de que aún quedan países por reconocer al «estado más joven de Europa» (toma tópico!) y de que sus ciudadanos no pueden moverse alegremente por el mundo sin su visado correspondiente, easyjet ya mete al país entre sus destinos para neo-mochileros (porque muchos ya no llevan mochila sino maletita con ruedas).

De todos modos, he escuchado a kosovares opinar lo mismo de Tirana, y a skopjenses sobre Prishtina o Tirana (nosotros, orgullosamente, podemos decir que tenemos nuestro Open House, y nuestro Tirana Ekspress y nuestro Cargo, y nuestro Remix, nuestro Epershtatshme, y nuestro Bunkerfest, y nuestro pescado fresco). Así que creo que al final a uno le llama siempre la atención lo «novedoso» que ve en los dos días que uno consigue arañarle a la rutina y se va fuera, pero vivir allí (y vale poner en el «allí» el nombre de casi cualquier lugar) es otro asunto.

[No voy a hablar, conscientemente, de cómo está política o socialmente el país, ni de las tensiones en Mitrovica, con su población dividida y separada, (cómo no, otro tópico) por un puente. No tengo suficiente perspectiva ni lo concozco en profundidad. Eso sí, la primera vez que viajé a Kosovo desde Albania tardé unas 7/8 horas, la penúltima vez 5 y media y esta vez 4 y media, y eso que llovía y fuimos prudentes. Al menos, las carreteras sí que van bien].