La gata

Estaba encendiéndome un cigarrillo en el porche cuando ha llegado la gata. Es una gata callejera, viene y va, merodea por los patios de las casas vecinas, ronronea zalamera para conseguir algo de comida o rebusca en los contenedores de basura al cabo de la calle, se cuela por la ventana de la cocina si la encuentra abierta, por descuido, y pide mimos de vez en cuando. Es una gata blanca con algunas manchas negras, una, la que le distingue, en la pata derecha.
gato
Estaba preñada y hace unos días, mientras estábamos fuera de la ciudad, debió parir, en una caja forrada con una camiseta vieja y papel de periódico que los vecinos habían dejado, a posta u olvidada, en un rincón del jardín. Un rincón tranquilo, al resguardo de la lluvia, en alto, protegido por algunos cachivaches de los que se acumulan en los jardines, cables enrollados, ceniceros polvorientos, botes vacíos de cristal, pequeños juguetes, cajas, tiestos… Cuando regresamos, una vez deshechas las mochilas y descansando en el patio, la vimos pasar por delante del porche sin detenerse, decidida. No se paró a saludar ni a pedir comida. La seguimos con la mirada trepando la tapia y pasando al otro lado y allí descubrimos a sus crías. No las vimos, sólo las oímos. Débiles maullidos y rebullir entre los papeles y los trapos. Alguien había dejado al lado de la caja-cuna un pequeño plato de plástico roñoso con leche, de la que sólo quedaban restos resecos.
Hace varios días que no vemos a sus pequeños. Ya no están en la caja. La otra noche descubrimos que estaba de mudanza, instalando a los cachorrillos debajo de nuestra escalera, dentro de casa. Se había colado por la puerta de la azotea que, probablemente, se había quedado abierta al bajar con la ropa recién destendida. Lo intentó dos veces y las dos la pillamos. Así que nos tocaba distraer a la madre primero con comida, coger después al gatito tembloroso y sacarlo al patio y esperar a que la gata lo aferrase por el pescuezo y se lo llevase. En los breves segundos sujetando a la primera cría pensé ¿y si la dejamos? ¿Y si le ofrecemos refugio, al menos por unos días? ¿y si los cuidamos? Con la segunda me extrañé. ¿Por qué tanta insistencia? ¿Por qué se empeña en traernos a sus crías a casa? ¿Está intentando abandonarlas, como cuando en las películas las madres dejan a sus bebes encestados a la puerta de una casa? ¿nos está pidiendo que las cuidemos? ¿quiere nuestra ayuda? Pero otra vez sacamos al cachorrillo y ella se lo llevó a la caja del jardín de los vecinos. Al día siguiente no apareció. Está enfadada, pensé.
Me asomé por la tapia para ver si estaba. Ya no había caja ni gatitos ni plato roñoso. Por la tarde la escuché maullando lastimera, en el tejado de la casa de al lado. Ayer merodeaba por el porche e intentaba colarse en casa por la puerta. Llegué a pensar que se había dejado algún cachorro dentro de casa y miré bien por todos los rincones.
Y ahora la gata está aquí, mirándome. Como me siento un poco culpable saco la caja de friskies y le ofrezco una ración generosa. Ni la toca. Está inquieta. En un segundo desaparece y vuelve a aparecer con algo entre los dientes que deposita a mis pies. Es uno de los cachorrillos muertos. No sé qué hacer, lo miro sin querer y su imagen se me queda grabada. Para no verlo me meto en casa horrorizada. ¿Qué quiere que haga? No puedo devolverle la vida. La gata con el calcetín negro se queda un rato maullando en el porche. Al rato salgo y ya no hay rastro de ella ni del gatito. Revisamos el jardín para ver qué ha hecho con él y al final lo encontramos. Nos lo ha dejado bajo el porche, en el hueco donde se guarda la leña, en un lugar calentito, resguardado, tranquilo…

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