Por esos cielos balcánicos

21 de diciembre.  Tres españolas (una de ellas con un gato llamado UFO, rescatado de la calle y con su flamante documentación en regla) vuelan desde tres capitales balcánicas, Sarajevo, Pristina y Tirana, camino de casa para pasar las vacaciones de diciembre. Las tres van a coincidir en un aeropuerto. No lo habían planeado y se han alegrado mucho de saber que volarían juntas en el último tramo. “Será como estar más cerca de casa”.

Las comunicaciones por aire entre España y los Balcanes nunca han sido muy buenas. No hay apenas vuelos directos y el mapa de las posibles escalas se dibuja y desdibuja al compás de las modas y temporadas turísticas y los vaivenes económicos que mueven el mundo. Hace unos años el encuentro prenavideño habría sido, sin duda, en algún aeropuerto italiano o alemán, en el que los cooperantes, los profesores de español, los consultores de instituciones internacionales y los diplomáticos se mezclaban con los erasmus cargados de panettones. Hubo una época en la que el aeropuerto más concurrido por los expatriados (asco de palabra!) españoles fue el de Budapest.  La Malev tenía buenos precios y un aeropuerto no demasiado mastodóntico donde se podía fumar, para que la transición entre los Balcanes y la Europa civilizada fuera más suave, y además daban de comer. Nada de “dolci o salatini” alitalienses o de bocadillos de nada como los que daban en KLM (con las que también se viajó mucho hacia el este en una época). Pollo, gulash, arroz con verduras, pan… Pero las aerolíneas húngaras quebraron. Fue una especie de aviso. Algo iba mal en occidente. Las low cost todavía no han terminado de desembarcar en los Balcanes (easyjet tiene algunos vuelos desde Belgrado, Zagreb, Split o Pristina, pero ninguno aterriza en aeropuertos españoles) .

Todavía queda gente que sigue volando por Alemania. Pero los que lo hacen casi siempre viajan en primera y sus billetes los ha reservado la empresa sin mirar el precio. Las conexiones de los hispano-balcánicos que se compran ellos mismos el billete, mirando los céntimos y los kilos de equipaje permitidos, pasan ahora mismo por Estambul.

Me paro a pensar si habrá una lectura geopolítica, o socioeconómica, o lo que sea, en este asunto. En esto de que todo vuelva a pasar por Estambul, el ombligo del mundo, civilizado o no. Y es que Turquía viene pisando fuerte. Y en los Balcanes se nota su presencia en muchos otros aspectos: la televisión, donde las telenovelas turcas están desbancando a las latinoamericanas; las escuelas en las que se puede escoger el turco como segunda lengua extranjera, gracias a hábiles acuerdos entre ministerios; los centros comerciales y los bancos; y los aviones.

Mi avión ha salido tarde de Sarajevo. La eterna niebla sarajevita es la culpable, el efecto valle que envuelve el aeropuerto de Butmir en telarañas lechosas, que lo retrasa todo. Y he perdido mi vuelo. Y no me he podido encontrar con las amigas. Y sigo todavía lejos de casa. También la amiga que venía de Pristina ha tenido problemas con su vuelo y no ha llegado a tiempo a Estambul. A mi alrededor gente de todos los colores y con vestimentas de todas las estaciones del año intenta echar una cabezadita en los rincones que dejan libre las tiendas duty free. Enfrente mi hay un chico roncando despreocupadamente. Lleva una camiseta en la que pone PUNK y sobre él hay un cartel enorme de perfume en el que el cielo es rosa y las nubes de algodón de azúcar.

¿Cuántos españolitos, como una servidora, estarán ahora mismo en otros aeropuertos intentando volver a casa? (donde “casa” significa sobre todo la casa de los padres). Es curioso ver cómo nos vamos reagrupando. Allá donde se habla más a gritos es donde está la puerta de embarque a Madrid, a Barcelona o a Málaga. Los monitores que tengo más cerca anuncian vuelos  a Tashken y otras ciudades que no sabría bien situar en un mapa mudo. Se acerca la hora de embarcar y cada vez hay más gente a mi alrededor y más reconocibles son los acentos y las conversaciones. Y me sorprendo observando, más bien cotilleando,  los reencuentros de otros que no han perdido sus vuelos: “Ay, qué ilusión verte. ¡Cuánto tiempo! ¿Y dónde estás ahora? He salido a las cinco de la mañana de Pakistán…”

Felices vacaciones y felices fiestas.

[Este texto se escribió el día 21 de diciembre, entre avión y avión]

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[Revista Balcanes] Albania sin topicazos

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Los tópicos albaneses, tradicionalmente negativos -mafia, aislamiento, pobreza…-, están siendo sustituidos lentamente por otros de mejor tono: hospitalidad, autenticidad… Ya se ha convertido casi en un cliché eso de que la Lonely Planet de hace un par de años incluyó Albania entre los destinos más guais.

 

[leer el artículo completo]

¿De dónde es…?

Llevo ya unos años dando vueltas por el mundo y una de las cosas que me sigue gustando mucho es el momento en que los habitantes de un país descubren que esa tradición que creían tan propia no lo es tanto. En los Balcanes es especialmente divertido, porque su gastronomía, sus fiestas y celebraciones, sus músicas y sus leyendas tienen un sustrato muchas veces común. Además, si nos fijamos bien, los horizontes geográficos se amplían a todo el sur de Europa, o a la cultura mediterránea de ambas orillas, de Algeciras a Estambul, como cantaba Serrat.

Me hacen especial gracia esos post tan entusiastas, casi siempre escritos por americanos, en los que describen «las X cosas que hacen de X un lugar único». La pobre peace corps que escribió este tuvo que cerrar los comentarios porque recibió un aluvión de quejas diciéndole que «no reflejaba la realidad» y publicó otro artículo para agradecer las numerosas visitas y los comentarios elogiosos, defenderse de las acusaciones de generalizar y abusar de los estereotipos («Not every American is a fat, wealthy, stingy, workaholic that eats McDonalds daily.  While generalizations can sometimes be hurtful, there is often a bit of truth behind them«, responde)  y explicarse un poco mejor.  (Este podría ser otro buen ejemplo)

Y es que el café o el gusto por celebrar alrededor de la mesa, refrescar los patios con agua, dar un paseo «vestidos de domingo»… son costumbres tan albanesas como españolas o italianas. El tomate que sigue sabiendo a tomate es tan típico de Bosnia como de cualquier lugar en el que la verdura no se cultive y se venda envuelta en plástico La leyenda de la joven emparedada en los muros de un castillo, puente, monasterio… es tan rumana como serbia (Marguerite Yourcenar la novelaba en su relato «La leche de la muerte» e Ismail Kadaré en El puente de los tres arcos). El burek… ¿de dónde es? No es más que un hojaldre relleno. Y el raki no es más que aguardiente y se toma en todos los rincones del mundo donde haya fruta y alambiques.

La directora de cine Adela Peeva, en el documental ¿De quién esa canción? se embarcaba en un viaje balcánico buscando el origen de una canción que todos reclamaban como suya.

Cuanto más se conoce y más se profundiza, menos nacionalista se puede ser.

[Revista Balcanes] Bienvenida a Sarajevo #DiariodeSarajevo

«No he hecho turismo todavía, más que el imprescindible; tengo mucho tiempo por delante y cuando vengan las primeras visitas ya entraremos en museos, casas típicas otomanas, mezquitas, túneles, y subiremos a las pistas de bobsleigh de las Olimpiadas del 84, ahora abandonadas.

Tampoco quiero que lo poco que conocía de Sarajevo antes de llegar, es decir el cerco, los francotiradores, la guerra, sea el único filtro a través del que conocer mi nueva ciudad, aunque los cementerios, las fachadas tiroteadas y las huellas de los morterazos estén por todas partes para que no lo olvides».

(leer el artículo completo)

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Con este artículo se inaugura el Diario de Sarajevo, mi colaboración en la Revista Balcanes, una revista recién nacida que quiere «dar a conocer la región mediante la visión y experiencia de los que viven, trabajan, viajan, leen, y se interesan por esta región de Europa». Detrás de ella está la ong Probalkanes, con Ginés Alarcón a la cabeza y colaboradores de lujo como MIguel G. Lázaro, de Balkanidades. Es un honor participar en esta aventura.

Mundos Periféricos, más balcánicos que nunca

Imagen tomada de CasaBalcanes

Después de unos años en Rumanía y otros cuantos en Albania (con un occidental paréntesis en Burdeos), los azares de la vida me han traido a Sarajevo, capital de Bosnia-Herzegovina. Así que desde el corazón de los Balcanes seguiré por estos Mundos Periféricos reflexionando sobre las clases y la profesión, contando cosas de estas tierras e inaugurando algunas secciones, como esta primera entrega del «Diario de una aprendiz de bosnio-serbo-croata«:

Tengo conocimientos de inglés, nivel «más-alto-que-el-de-Ana-Botella». Estudié Filología Románica y chapurreo con bastante desparpajo el francés, el italiano y el rumano (y si hay que ponerse, el portugués, el catalán, el gallego y el sardo me los invento). A fuerza de pasar tiempo en Tirana y alrededores terminé teniendo nociones de albanés. También pasé, hace unos años, un verano «aprendiendo» búlgaro. Y por si no fuera bastante, ahora cojo y llego a otro país en el que hablan una lengua que son tres (o cuatro, porque el montenegrino…) y para la que no hay diccionarios, porque el que tengo, pequeñito, de bolsillo, es de Croata-Español/Español-Croata; aunque me han recomendado que me compre uno de Serbio, pero en alfabeto latino, que se parece más a lo que hablan por aquí. Y con las gramáticas o los manuales pasa los mismo. En fin, un lío, como no podía ser de otro modo por estos lares. Nos han dicho amiguetes que llevan por aquí más tiempo que la gente se refiere a su lengua como «la nuestra», naša. Y ya está.

Me voy a apuntar a unas clases de esta lengua que todavía no es mía; empiezo el lunes. Pero mientras tanto, desde que aterricé el 1 de septiembre en la ciudad, he tenido que buscar casa, comprar un cepillo de dientes o un billete de tranvía, comer, disculparme, preguntar direcciones, pedir unas cervezas o un café… Esas cosas que hacemos todos los días, vamos. Y me las voy apañando con mucho morro, curiosidad y usando todo lo que ya sé: echando mano del «eslavo del sur, de viaje» que uno va conociendo a fuerza de dar una vuelta visitando a amiguetes por Macedonia, o Montenegro; y recurriendo a todo lo eslavo que hubiera en el rumano y que puedo recordar; y utlizando  todo lo turco que había en el albanés (ese pasado otomano se siente en todo lo que se come y se bebe en los Balcanes: raki, baklava, burek..).

Así que ya tengo casa (kuca), no paso hambre ni sed (como pita y bebo pivo sarajevska) y puedo brindar con los nuevos amigos (živjeli).

Continuará.

Viajando por Albania sin topicazos

No suelo ocuparme de Albania desde la óptica del turista, aunque me consta que muchas visitas llegan al blog buscando eso. Creo que nunca he escrito ningún post para dar consejos sobre qué comer, qué visitar… Pero voy a hacer una excepción, que llega el verano y a lo mejor a alguien le sirve.

Los tópicos albaneses suelen ser negativos: mafia, aislamiento, pobreza… aunque están siendo sustituidos por otros de mejor tono: hospitalidad, autenticidad… Ya se ha convertido en cliché eso de que la Lonely Planet de hace un par de años incluyó Albania entre los destinos más guays. Y a base de tópicos están escritos casi todos los artículos que hay en la web en español. Información de cuarta mano, sin contrastar, sin actualizar… (Esas fueron algunas de las conclusiones a las que llegamos en una de las asignaturas que me encaloman en la universidad, en la que puse a todos los chicos a identificar en internet, y a analizar después, artículos en castellano que hablasen de Albania desde una perspectiva turística.) La única guía publicada en español que yo conozco la hicieron unos tíos que estuvieron una semana de viaje por el país. ¡Una semana!

Así que ahí van mis consejos:

¿Qué ofrece Albania? Paisajes estupendos, paisanaje curioso, aventuras para contar a la vuelta y presupuestos para todos los bolsillos.

El país es de lo más seguro que yo he conocido por la zona. Por lo general, en taxis, comercios, bares o restaurantes ni te timan, ni te intentan engañizar, así que fuera temores. Los albaneses  son majetes y siempre intentan ayudar. Eso sí, son muy mirones y poco disimulados. Supongo que es lo que tiene no ver guiris a menudo. A veces es divertido y a veces molesto. Pero eso ya depende de uno y de los otros.

Para moverse por el país si uno tiene poca pasta: autostop y furgonetas. Las distancias no se pueden contar en kilómetros. El país es enano pero hacer 200 km se puede convertir en un viaje infernal de 6 horas. La información sobre horarios o lugares donde coger los furgones es difícil de encontrar sin preguntar. Pero hemos dicho ya que los albaneses siempre intentan ayudar, ¿no? También se puede alquilar un coche, pero ojo, conducen como locos.

Comer… Se come bien en todas partes, desde el chiringo más modesto hasta el sitio más puesto, y por cuatro perras. El otro día, en la playa: ración de calamares deliciosa, ensalada para dos (en realidad para una familia numerosa), queso, ración de patatas fritas y dos cervezas Korça de medio litro por, al cambio, 10 euros. Y el tipo nos invitó al postre. Zamparse un pescado- recién pescado- a la brasa a la orilla del mar, hoy en día, no tiene precio. Los platos albaneses de la mayoría de los menús son poco elaborados pero ricos. Y también le dan estupendamente a las variedades italianas (pasta, pizza, rissoto). Un amigo que nos visitó dijo, al marcharse: Este ha sido el primer viaje en el que he comido todos los días «de mantel».

¿Dónde ir?

Tirana no es gran cosa, pero si se viene en avión es lo primero que se ve. Es una ciudad curiosa y, excepto por el tráfico, agradable. Yo me alejaría del centro y callejearía por sus mercados. Y me daría una vuelta por el parque y subiría, paseando, a las colinas de enfrente para disfrutar de las vistas (y me quedaría a dormir aquí).

Berat, Gjirokastra y Butrint son patrimonio de la humanidad y están muy bien. Los mochileros del mundo que viajan por los Balcanes son los que más los visitan- un poco a la carrera- antes de pasar al siguiente país.

Kruja es una calle con lo que queda de un antiguo bazar en el que comprar souvenirs made in china (y alguna que otra antiguedad y artesanía) y una pequeña fortaleza. No se pierde uno nada si no pasa por allí, sobre todo si se va a cualquiera de los lugares que acabo de mencionar.

Los demás puntos turísticos destacados son un espanto: Durres, Vlora y Saranda son ciudades levantadas en lugares espectaculares, al borde del mar, pero arruinados por las construcciones sin orden ni concierto y la basura. Hay que pasar por ellas  pero no quedarse.

Soprendentemente se salva la ciudad de Shkoder, al norte, que está siendo muy bien rehabilitada y es agradable. Mi recomendación: después de darse una vuelta por la ciudad, conseguir una bici y llegar hasta el pueblo de Shiroka, al borde del lago que hace frontera con Montenegro.

A los amigos que han venido a  vernos les hemos ofrecido dos itinerarios para disfrutar Albania sin prisas:

El itinerario norte: las montañas. Los valles de Thethi y de Valbona son paisajes idílicos que se están haciendo muy populares entre los montañeros del mundo. No hay casi tiendas ni garitos y las infraestructuras son básicas pero siempre que hemos ido pienso en lo feliz que sería si me quedase allí a vivir. Cuesta llegar, porque la mitad del camino está sin asfaltar y es una pena ir con prisas.

El itinerario sur: la playa. Pasado Vlora hay que subir y bajar una montaña (Llogara) y por fin está el paraíso mediterráneo que uno tenía en mente. (Las playas del adriático cuando no están llenas de gente y chundachunda están sucísimas, o las dos cosas). Yo creo que lo que uno se encuentra al bajar es lo más parecido a lo que describía Gerald Durrel en Mi familia y otros animales (aunque él se refería a la isla de Corfú, que está frente a la costa albanesa). Pero hay que buscarlo: adentrarse en las terrazas de olivares y cipreses al borde del mar, tropezarse con burros y cabras que ramonean tranquilamente bajo una encina, enredarse con las zarzas y las jaras; buscar las calas más apartadas, las playas a las que- menos mal- todavía no se puede llegar en coche. Y hay que subir a los pueblos medio abandonados (Dhermi, Vuno, Himara, Qeparo…) y callejear entre sus ermitas y saludar a los viejetes que riegan los tomates o toman el sol a la puerta de casa. No desvelaré mis lugares favoritos, pero sí dejo dos buenas pistas para dormir y encontrar buenos «guías»: El albergue que abren en verano en la antigua escuela del pueblecito de Vuno y el Albergue Himara, en el pueblo con el mismo nombre.

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Para los que tengan más tiempo y ganas de irse por donde casi nadie va:

El este: Korça y sus remotos pueblos de piedra (Voskopoja, donde un amiguete monta un festival psicodélico, Vithkuq o Dharda) y la zona de Permet: parques naturales, aguas termales bajo puentes otomanos, iglesitas bizantinas… (una asociación con financiación italiana está trabajando por allí en el desarrollo turístico).

La conducción temeraria y la basura por doquier son, probablemente, el lado oscuro.

Al final cada uno se lo monta como quiere.

Feliz verano.