De enlace en enlace: De las TIC a San Agustín, pasando por Dakota del Norte.

Anoche, después de un fin de semana bastante desconectada, buscando setas y comiendo castañas en las montañas albanesas, antes de acostarme, abrí el twitter. Tengo que reconocer que no lo uso mucho, y que más que nada me sirve para seguir un poco lo que se cuece en el mundillo ELE y en temas educativos y de tecnología. Leí el otro día en algún lugar que en facebook uno tiene como amigos a los compañeros del colegio y en twitter uno sigue a los que le hubiera gustado tener (yo añado que además de como compañeros, como maestros).

Entonces, el preregrinaje de link en link de anoche que anuncia el título fue más o menos como sigue:

Twitter. Jordi Adell dejaba un enlace a una entrada en un blog en la que se proclamaba, entre otras tonterías, que el uso de las TIC podía acarrear «perjuicios neurológicos» , miopía (que eso ya me lo decía mi abuela cuando me veía leyendo) y hasta «mutación cerebral». Hubo un par de comentarios de ida y vuelta, a los que se unió el gran Potachov (no os perdáis su comentario en el post), y de ahí salté a otra noticia que publicaba El País hace unos días, en la que se contaba cómo un profesor había sido despedido porque abusaba del blog en clase (la enlazaba Fernando Trujillo, otro grande).

El panorama educativo en España está revueltísimo y desde la distancia lo veo con bastante preocupación y mucha pena. De las pocas cosas que me consuelan, una es leer a estos y otros compañeros diciendo cosas sensatas, proponiendo, debatiendo, moviéndose, apoyando (lo último, la petición del sobreseimiento del Expediente Disciplinario abierto contra el profesor Ángel Sáez , que a finales el curso pasado inició una protesta y al que ahora se acusa de incumplimiento de sus funciones).

Salté del twitter a una noticia destacada en el menéame (la fuente de información favorita de mi compañero de aventuras, que había estado trasteando antes que yo en el portátil y se había dejado la pestaña abierta): un reportaje fotográfico estupendo sobre Dakota del norte, llena de lugares perdidos, abandonados y retratados estupendamente por el fotógrafo Andrew Filer.

Y en esa página un recuadro a la derecha llama mi atención: un debate sobre la enseñanza de la escritura en los institutos norteamericanos, a raíz de un artículo, The writing revolution, que reseñaba un programa llevado a cabo en 2009 en el instituto de New Dorp Highen, el que se propugnaba la enseñanza de la escritura formal (ensayos, argumentaciones…) de manera transversal, en todas las materias, como método para luchar contra el fracaso escolar.

El debate estaba servido y había opiniones para todos los gustos y de todos los colores. Los había que sostenían que había que «volver al viejo sistema de enseñanza tradicional de la gramática, y los ejercicios memorísticos y de repetición», frente a esos modelos «modernos» donde los estudiantes escriben sobre sus sentimientos o sus experiencias vitales , rollo aquel profe- algo petardo interpretado pero resultón- por Robin Williams en El club de los poetas muertos y que ya estaba bien e escribir a mano, que los alumnos tenían ahora muy mala letra. Pero también otros hablaban de cómo la tecnología podía ser un buen aliado para el proceso de escritura del alumno y la corrección por parte el profesor.

Por otro lado, la parte «burocrática» que había desatado el proyecto del que derivaba el debate- resultados en test nacionales, estadísticas etc.-, me hizo recordar aquella temporada en The wire en la que el detective Pryzbylewski llegaba, reciclado en maestro, a una escuela de Baltimore [curioso como las series (o el cine, la ficción en general) funcionan un poco como un filtro a través del que vemos la sociedad de los EEUU].

Me interesa mucho el tema de la escritura, saber escribir (no juntar letras sino ser capaz de expresar ideas de forma coherente por escrito) es vital, no sólo para sacar buenas notas o subir en los resultados de los informes estatales. No creo que la dicotomía esté en la oposición «escritura formal» / «escritura creativa». Pienso en mi enseñanza y no recuerdo a muchos profesores molestándose en enseñarnos a escribir. El ejercicio clásico era la «redacción», sobre cualquier tema, como deber para casa, escrita sin muchas ganas, entregada al profesor y devuelta con un triste «visto», o un «muy bien/bien/regular/mal» acompañado de círculos rojos en las faltas de ortografía. Pocas veces los que fueron mis profesores se molestaron en guiarnos en el proceso de escribir, o en darnos algo de feedback enriquecedor más allá de la palabra mal escrita o del acento que falta. Recuerdo uno en la escuela (y su método iba más por los cauces de la escritura de ficción que por la de los ensayos) y otro en la Universidad, el único profesor que me ha devuelto trabajos con comentarios, bien críticos en ocasiones, y orientaciones para mejorar la expresión escrita, y al que le estaré eternamente agradecida. El resto, sospecho que ni se leían los folios que les entregábamos. (Una vez hice una prueba: en el colegio, en medio de un trabajo escrito a mano y con buena letra, introduje la letra de «Pinocho fue a pescar al río Guadalquivir…» varias veces. La «seño» ni se inmutó).

Y salto de link en link, leyendo opiniones diversas, y me quedo, entre muchas cosas que leí, con el artículo de Jody Peltason en el que señala, como señalaba antes yo, que el debate no es «about teaching expository rather than creative writing» y que la solución tampoco es «volver a los métodos de la vieja escuela», de la escuela de los «good old days» que, en realidad nunca existió. Y habla entonces de un término que me encantó , la «Nostesia«, mezcla de nostalga y amnesia relacionada con la creencia de que en educación, cualquier tiempo pasado fue mejor, y enlaza otros dos artículos en los que me detengo otro rato.

Reproduzco la definición de Nostesia, estupenda fórmula:

I have created the following equation to quantify the severity of an individual’s delusion:

A x O = NQ

A represents a person’s age. O is number of years he or she has been out of school. Multiply these together and you get NQ – the Nostesia Quotient. The higher a person’s NQ, the more advanced the disease and the less likely the person will respond to reasoned argument.

Y de ahí recuerdo las sempiternas conversaciones en mi casa (mis padres son los dos profesores y he estado rodeada de compañeros, amigos y familiares maestros toda mi vida) donde se discutía acerca de cómo las «generaciones anteriores» tuvieron una educación mejor  y más completa, de cómo se han ido aligerado o simplificando los contenidos,  de cómo los alumnos «de ahora» son más tontos que los de «antes». Y entonces recuerdo un texto que mi padre me leyó una vez. En él se recogían unas críticas sobre los estudiantes, su mal comportamiento, su falta de interés y disciplina, etc. Mi padre, después de leermelo, me dijo: ¿A que no sabes quién es el autor?… San Agustín, en Las Confesiones. ¡Y sonaba tan actual!

Así que me pongo a buscar en google a ver si encuentro aquel texto que me leyó mi padre una vez y me veo, a las dos y media de la noche, leyendo en la cama, en el portátil, en Tirana, Albania, un texto escrito a finales del siglo IV.

[Sobre la enseñanza de la escritura ya me explayaré en otro post, que el tema da para mucho]

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Los exámenes y saber leer

Septiembre [aunque ya sea octubre, esta entrada la empecé a principios del mes pasado y así he decidido dejarla] significa sacudirse la arena de playa que aún queda en las sandalias, volver a hacer maletas y regresar al tajo. Sigo en Tirana un curso más.

Para los profesores septiembre significa volver a clase y por la puerta más incómoda: los exámenes. Recuerdo haber tenido profesores de aquellos que te decían: «Esfuérzate un poco más y en septiembre te lo sacas», acompañado de una «amistosa» palmadita en la espalda, y recuerdo haber escuhado también a algunos comentar: «Yo no suspendo a nadie en junio. Así se me alargan las vacaciones un poco más»  («jojojo», imagínese esta carcajada soltada con las manos en la barriga). Yo no soy ni lo uno ni lo otro (espero!) pero como junio fue bastante catastrófico (léase aquí) tenía unos cuantos alumnos esperándome al volver a Tirana.

Suelo poner las mismas preguntas que en la convocatoria ordinaria, a veces un poco simplificada, para dar facilidades, soy así de inocente. Pero he comprobado que da igual. Ante el examen, de lo que sea, y aunque haya estudiado algo, el estudiante medio sufre una especie de bloqueo que le impide pensar con claridad. Sólo así puedo entender situaciones como la del otro día, cuando la mayoria de las chicas que se presentaron al examen de una asignatura llamada «Literatura y cultura» (por qué la literatura no está dentro de la cultura?) dejaron la hoja en blanco y salieron cabizbajas sin haber escrito ni una línea. El examen presentaba cuatro textos distintos (no muy largos) y el estudiante tenía que escoger uno, comentarlo y relacionarlo con la materia vista en clase ¿Cómo es posible que un estudiante universitario de letras no sea capaz de escribir nada en un comentario de texto?

Yo recuerdo en mis años de estudiante haber salido del paso en muchas ocasiones simplemente parafraseando el texto de marras propuesto en el examen, cuidando la redacción y guardando las formas canónicas. Creo que a fuerza de repetir una y otra vez este tipo de ejercicios existe una especie de plantilla mental sobre cómo hacer un comentario de texto en la que simplemente hay que añadir en los huecos correspondientes el título, el autor y las palabras clave del texto. No digo que esto esté bien, sólo digo que sirve muchas veces, al menos, para aprobar. Pero no hay forma de rellenar la plantilla si no se sabe leer. Y ese tal vez sea el quid de la cuestión.

Si no sabemos leer, mal vamos. Y eso que leemos miles de textos al día- y entiéndase leer en el amplio sentido de descodificar y texto a cualquier producto verbal que contenga un mensaje (escrito u oral, acompañado de imágenes, gestos…); de los más comunes: conversaciones habituales, mensajes de móvil, carteles publicitarios, menús de restaurantes, emails… a los más específicos: prospectos de medicamentos, multas, convocatorias, reuniones, clases, entrevistas de trabajo, conferencias, películas, artículos de periódico, novelas, poemas…   Y ante cada uno de ellos identificamos (o deberíamos identificar) al emisor, lo que dice y lo que quiere decir, a través de qué medio se está comunicando con nosotros, desde dónde… (los factores de la comunicación clásicos, vaya). Si cualquiera de nuestros estudiantes sabe descodificar correctamente- de forma inconsciente- cuando lee, por ejemplo, el mail de un amigo, o cuando escucha la anécdota de un compañero de clase, ¿por qué ante un comentario de texto se bloquea? Probablemente porque no se haya planteado  nunca que la teoría que le han explicado en la clase de lengua no es una abstracción que tiene que aprender de memoria y vomitar en un examen. Y probablemente, como señala Felipe Zayas, parte de la «culpa» en esto la tengamos los maestros y los libros de texto:

… resaltar la importancia de estos conceptos [Acto de habla, funciones del lenguaje, género discursivo, registro…] no significa que los alumnos deban estudiarlos, es decir, memorizarlos y dar cuenta de ellos en un examen. Además, estos contenidos llegan al aula en forma necesariamente simplificada, se transmiten de forma dogmática, se apoyan en ejemplos estereotipados y alejados de contextos de comunicación reales, no se muestra la relación que existe entre ellos (lo hago en el mapa conceptual de arriba), no se vinculan a las actividades de lectura y de composición de textos, etc.

Con todo esto rondándome la cabeza empiezo las clases la semana que viene y le vuelvo a dar de comer al blog, que andaba algo abandonado.

Síndrome PostDELE I

Una de las cosas curiosas de participar en el tribunal de  los exámenes orales (en este caso para conseguir el Diploma de español, conocido como DELE) es que, de manera indirecta,  a través de quienes se presentan, puedes tener una especie de panorama de la sociedad (de sus costumbres, sus ideas, sus anhelos, sus inquietudes), o al menos de un sector de esa sociedad. Eso me ha pasado este fin de semana.

En Tirana no hay Instituto Cervantes pero nos ocupamos de los DELES unos cuantos profesores de español, albaneses y españoles, a través de la asociación cultural Casa de España en Tirana. Hace apenas unas horas que terminamos todo, burocracias y gestiones administrativas incluidas.

Han pasado por las pruebas una treintena de albaneses, casi todo chicas, algunas muy jóvenes, de 14 años, por ese empeño de los padres de clase media-alta de apuntar a sus hijos a mil extraescolares y hacerles competir para conseguir diplomas o títulos que ellos no pudieron tener y que sus niñas no necesitan (tan pronto).

Este es, a grandes rasgos, el perfil del albanés que se presenta al DELE: mujer, entre 16 y 28 años, conocedora de al menos otras dos lenguas extranjeras (italiano e inglés sobre todo) y en muchos casos autodidacta (vivan las telenovelas); ámbito urbano; nivel de estudios altos o intención de seguirlos;  posición económica acomodada (al menos el entorno familiar directo).

Escuchando durante horas a estas chicas hablando de sí mismas (A1), describiendo fotografías (A2), simulando conversaciones telefónicas  y explicando historietas (B1) o desarrollando temas como «un lugar para vivir» o «los medios de comunicación» (B2) uno termina conociendo a los albaneses un poco más y comprendiendo lo conservadora que es aun esta gente en cuestiones, por ejemplo, de género; lo ansiosos que están por abrazar «la modernidad»; el impacto que van dejando en estas jóvenes los modelos de la sociedad de consumo, de la que tan lejos vivió su país no hace tanto; la enorme distancia que existe entre quienes me hablan y la chica que vende bureks (una especie de hojaldre relleno de queso o espinacas) en el puesto de la esquina o, sin ponernos sentimentales, sus propios padres…

Durante los exámenes orales he estado pensando en cosas como estas: ¿por qué ante la viñeta en la que aparece una mujer sentada en un despacho estas chicas sólo veían una secretaria- que tenía, obviamente, un jefe varón- y no veían nunca una directiva, o una abogada o una empresaria?; o ¿por qué se quedaban alucinadas en esa misma historieta cuando «el marido» aparece cocinando?

«Los maridos no cocinan», me soltaba una chiquilla de no más de 17 años, pizpireta y risueña, con todo su desparjajo, y que había elegido como tema para desarrollar «Las compras». Yo no he podido evitar decirle: «Cómo que los hombre no cocinan? Mi padre cocina estupendamente…»

Esta claro que en exámenes como este se trata de evaluar la competencia comunicativa de los candidatos, no las creencias o la ideología, pero ¿se puede evaluar tan asépticamente? ¿Las opiniones que expresan los candidatos interferirán en algo en los resultados?

Recuerdo que una vez en Bucarest examinamos a un chico que era militar. Hablaba español estupendamente pero nos soltó unos comentarios racistas sobre «los moros» con los que había tenido la «desgracia» de convivir en unas maniobras que nos dejaron sin palabras. Cuando salió apenas discutimos sobre su calificación sino sobre lo alucinados que nos habíamos quedado y la cara de póker que tuvo que poner mi compañero en el momento. Y es que si esa especie de autocensura de lo políticamente correcto que se presupone (quién lo presupone?) en un contexto formal no está asumida, puedes esperarte cualquier cosa.

Por otra parte, ¿qué tipo de imagen (de España? de Europa? del mundo hispano?)  transmiten los textos o las fotos que se utilizan como estímulos para desarrollar las distintas pruebas?

En los exámenes B1  y B2, que todavía no se han cambiado, se siguen usando desde hace una década los mismos temas para preparar la exposición oral y los mismos materiales gráficos. Ya he comentado alguna vez en este blog la dificultad de algunos examinados para interpretar esas horribles historietas, que deben explicar y describir. Si no se comprende el lenguaje del cómic, mal podrá superarse con éxito esta tarea. Lo mismo si los modelos culturales o los clichés sociales/contexuales que se proponen no se comparten.

En los nuevos formatos del resto de niveles se intenta presentar temas «más actuales» o «más atractivos» pero ¿qué puede saber, por ejemplo, de los «neo-rurales» una veinteañera albanesa? Y con los mismos materiales que usan mis jóvenes albanesas, se examinan jóvenes chinos o canadienses, brasileños o indios. Señores encargados de estos asuntos, creo que habría que hacer un esfuerzo por diseñar materiales con una perspectiva (más) intercultural .

(sobre los DELEs, habrá más)

Qué bien canto en Esperanto

La Facultad de Lenguas Extranjeras de la Universidad de Tirana (supongo que la de todos los sitios en realidad) es una pequeña Babel en la que se oyen una decena de lenguas, en las aulas, en los pasillos, en los cafés…

Inglés, italiano, alemán, francés, español. ruso, búlgaro, griego, turco y chino! No está nada mal. Los albaneses tienen a gala su condición de políglotas. Mis estudiantes se manejan con bastante soltura al menos en 4 lenguas (contando la materna). Me atrevería a decir que más de la mitad de la población habla italiano y la mayoría de los jóvenes inglés. La televisión, el contacto con los países vecinos, la emigración… son algunos de los «culpables».

Para añadir una lengua más, el otro día apareció en la universidad un grupo de… esperantistas!

Eran unos ocho, hombres y mujeres, holandeses o alemanes, no me enteré muy bien… y llevaban unas pintas de viejos hippies muy divertidas, que contrastaban con la uniforme moda juvenil tiranesa primavera-verano made in china. Si mi aspecto (bastante normal, creo) ya llama la atención, imaginad el de estos viejetes barbudos y despeinados, vestidos de colores, que a medida que avanzaban por los pasillos de la facultad levantaban a su paso risas y comentarios nada disimulados.

Los esperantistas son unos tíos curiosos y tienen una red internacional montada que permite, por ejemplo, viajar por todo el mundo de casa en casa. Entre esperantistas hay que ayudarse. En internet podéis encontrar información sobre la lengua, las organizaciones de esperantista, sobre publicaciones, jornadas, etc aquí. Supongo que estos estaban en Tirana de paso en algún viaje para captar adeptos a la causa. Sukcesan vojaĝon! (que tengan buen viaje, en esperanto)

Yo me los crucé también por el pasillo, no me quedé a la charla porque estaba terminado de maquetar esto (ya contaré más) pero el resto del día estuve cantando esta vieja canción de Los Enemigos:

Qué bien canto en esperanto
Cómo chano hablando italiano
Qué bien leo en arameo
Aunque algo brusco también leo etrusco

Me río
de aquel
castigo
en Babel

En la mili aprendí suahili
Un borracho me enseñó el gabacho
Un día de huelga aprendí a hablar belga
Soy tan obtuso que también sé ruso…

 

Escribir para algo

En el colegio siempre odié la típica redacción «escribe lo que has hecho las vacaciones pasadas» (o el fin de semana, o el verano). Se dejaba fuera elementos importantes a tener en cuenta a la hora de escribir: a quién escribes, para qué le escribes (y a través de que medio le escribes, pero eso es otra historia)…

En los manuales de español que hay en el mercado se contextualizan algo más las tareas de expresión escrita.

Imagen(En Bitácora) ¿A quién hay que escribir? ¿Por qué en español?: A un español que visita el país natal del alumno. ¿Para qué? Para informarle sobre X cosas. Muy bien.

Pero si observamos el ejercicio «escribe un pequeño texto presentándote» propuesto aquí (Español en marcha):

Imagen

«¿Para qué me tengo que describir, si ya me ven?» Debe pensar el estudiante ante un ejercicio así. No hay motivo para escribir.

La misma propuesta aparece en este otro manual (Aula 1):

Imagen

Pero esta vez hay un propósito: Los textos escritos por toda la clase se mezclan y se leen. Hay que adivinar a quién se describe. Vale, sirve el pretexto del juego.

Con esta preocupación por buscar tareas de escritura «reales», y con la tecnología de nuestra parte, que nos permite participar en la «gran conversación», se me ocurrió proponerles a los chicos de «Comunicación turística» escribir pequeños textos para dar contenido sobre Tirana en mimaleta.com, una comunidad de viajeros. El resultado lo iremos publicando aquí.

Viene todo esto a cuento porque me han encasquetado para este semestre una asignatura llamada Escritura Académica. «Otra vez una asignatura nueva. Venga, otra vez a romperse los cascos», pienso resoplando al principio. «Un nuevo reto», me consuelo. «Y además es una asignatura útil e interesante».

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Saboreando las palabras

Últimamente le estoy dando vueltas al hecho de vivir rodeado de una lengua distinta a la materna (y al hecho de escribir en otra lengua, pero eso es otra historia). A pesar de que en Tirana me relacione sobre todo en español (en el trabajo, con muchos de los amigos, hispanohablantes en su mayoría, nativos o no), esas cosas del día a día como ir al mercado, saludar al portero del edificio, ir a correos o comprar tabaco las hago normalmente y ya sin complejos en albanés. Digo frases correctas, me comprenden y consigo lo que quiero. Pero en vacaciones vuelvo a casa y entonces empiezo a saborear las palabras de mi lengua, como si fuesen lacasitos de colores.

Un ejemplo: Acabo de venir de comprar el pan.

– ¿Qué te pongo, guapa?

– Una barrita. (Con ese diminutivo de cortesía tan majo que tenemos)

– Ahí tienes.

– ¿Qué te doy? Pregunto con unas monedas en la mano.

El señor que estaba delante de mí, dice entre risas: un beso, o una paliza…

La dependienta y el resto de gente que espera su turno sonríen. Alguien añade en voz alta: no hombre, una paliza no…

Estas cosas en albanés no las puedo saborear. Allí cumplo con éxito las funciones comunicativas como salen en los manuales de idiomas (En la tienda, para preguntar el precio: «¿cuánto cuesta? ¿cuánto es? = sa kuston?»), pero no hago chascarrillos con los vecinos en el portal o con los tenderos, ni puedo participar cuando alguien los hace.


Por eso durante las vacaciones, en casa, pego la hebra con todo el mundo, con las personas que me encuentro en la cola del cajero, en un ascensor, con el señor del estanco, con la cajera del día… Y así saboreo esas palabras, esas frases que, cuando estoy lejos, rodeada de na lengua extraña (por «extranjera») se quedan atragantadas y sin pronunciar, sin encontrar correspondencias.