Creo que todos los profesores de lenguas extranjeras deberían, a la vez, a su vez, estar aprendiendo una. Ya lo he dicho en alguna ocasión por aquí (en concreto en esta entrada). Y es que en la clase de bosnio de hoy he estado pensando en lo mal que lo deben pasar todos los estudiantes de A1 de todas las lenguas del mundo.
De cada frase que ha dicho hoy la profesora dando explicaciones o instrucciones para hacer un ejercicio he entendido una, a lo sumo dos.., Y he visto que mis compañeras estaban más perdidas que yo. Nuestras caras debían ser dignas de ver…
Ha habido un rato en el que no dábamos pie con bola… La profesora nos estaba diciendo que hiciéramos tal y tal cosa y nosotros nos mirábamos unos a otros sin saber qué demonios teníamos que decir o hacer. Entonces ella repetía, hacía algún gesto que ayudaba a entender que se trataba de algo de «escribir», o de «escuchar», pero el meollo seguía siendo opaco. Y tampoco nosotros podemos explicarnos mucho…
Pongo un ejemplo. En una frase había una palabra nueva que una compañera no sabía pronunciar, así que la intentaba leer con esa pronunciación titubeante y como preguntando «¿lo estoy diciendo bien?». La profesora ha interpretado el tono interrogativo de la chica como que le estaba preguntando si la desinencia era correcta, ya que nos estaba explicando el genitivo, así que ha comenzado a repetir las terminaciones del genitivo para masculino, femenino y neutro… Ninguna nos hemos atrevido a decirle: no, no, no es eso… El profesor manda, ahí subyace ese miedo ancestral a preguntar en clase del «estudiante avestruz», que esconde la cabeza cuando viene el peligro.
Mi otra observación sobre la clase de hoy: las cuatro chicas que vamos al curso (éramos más, alguna ya ha desertado) vivimos y trabajamos en Sarajevo. Tenemos que saber decir cosas como «No quiero bolsa de plástico, gracias» o «¿Cuál es la ventanilla para pagar esta factura?». Nuestras necesidades comunicativas deberían estar presentes en la clase. No solemos abrir las ventanas por la mañana para contarle a gritos al vecindario que somos fulanito, somos de x país y tenemos x años. No le decimos a nuestro compañero de asiento en el tranvía si nos hemos lavado los dientes ni le preguntamos qué suele desayunar, pero sí podríamos preguntarle si se baja en la siguiente. Basta de obligarnos a hacer frases como «Almir Popovic es ingeniero y es de Doboj» (pero si ni siquiera sé dónde está Doboj!!). Necesitamos contenido significativo. Y necesitamos practicarlo de alguna manera menos estresante que en un interrogatorio y que no nos haga sentir estúpidos haciendo diálogos de besugos (ver entrada anterior). Y también aprendemos cosas fuera de clase, bastantes, y más útiles. Y eso habría que integrarlo en el aula de alguna forma
Querida profesora: ¿Quieres que practiquemos los paises, las nacionalidades y las profesiones? Ponnos a adivinar personajes. O preséntanos a los famosillos del país. Vivimos aquí y así podremos saber un poco quién es quién cuando los veamos por la tele o en un cartel por la calle. ¿Quieres que practiquemos los números? No sirve de nada que mi compañera me dicte su número de teléfono (inventado, además: yo como hay números que no sé decir, no los uso…). Tráenos un menú de un restaurante y pregúntanos qué podemos comer con x presupuesto, o un folleto del super y pregúntanos cuánto valen las naranjas donde compramos habitualmente, yo qué sé…
Al llegar a casa me he dado cuenta de que en el libro que usamos en clase lo primero que viene es un glosario de instrucciones para la clase: contesta, repite, trabaja en parejas, completa las frases, une con flechas, cambia… esas cosas que ocupan la mayoría de la charla del profesor en los niveles más bajitos. Acabáramos!! ¿Por qué no le habrá dedicado la profesora un poco de tiempo a esto?
En fin, la semana que viene más.