[Me he encontrado este texto en los borradores de los post del blog. No recordaba haberlo escrito. Lo publico tal cual estaba, ahora con la cruel perspectiva de los cientos de refugiados que se mueren de frío (algunos literalmente) a las puertas de Europa. Malditas sean todas las guerras]
Te los encuentras cuando menos te lo esperas, en la carnicería, en unas escaleras mecánicas, en una gasolinera… Hablan español, y lo hablan muy bien. Y no porque hayan visto telenovelas, como muchos de mis alumnos en la universidad de Sarajevo (y en la de Tirana, y en la de Bucarest….). Es que estuvieron en España como refugiados durante la guerra (1992-95). He intentado encontrar un número aproximado de cuántos fueron acogidos y al parecer la cifra total ronda los cinco mil. Algunos pudieron irse con sus familiares, pero muchos fueron solos. Todos con historias tremendas a cuestas (como esta).
Me contó una amiga que al principio les acogieron y les trataron muy bien, pero que a medida que la guerra se prolongaba los recursos para atenderlos fueron menguando (ella misma cuenta su experiencia aquí). También la atención mediática. «Nadie imaginaba que la guerra duraría tanto», me dice. Algunos, como ella y los suyos, volvieron al acabar el conflicto. Otros, pocos, se quedaron y viven en Soria o en Santander. Todos aprendieron la lengua.
Mi carnicero estuvo viviendo en Coria del Río y tiene todavía acento sevillano. Y la chica que nos ha vendido hoy un yogur en el super en León. Es curioso y tremendo a la vez como algo tan atroz como una guerra tejió relaciones tan intensas entre dos países que nunca hasta entonces, apenas, se habían tratado; entre gente de sitios tan alejados, y cómo se les ilumina la cara cuando recuerdan el tiempo vivido en España.