El miércoles pasado, en la segunda clase, la profesora nos hizo recordar las frases «de supervivencia» que nos había enseñado el día anterior. También repetimos los diálogos de «qué tal estás, bien y tú…» entre las compañeras.
Para mi sorpresa, para volver a practicar los saludos, las preguntas de identificación… esas cosas, la profesora sacó unos papelitos en los que había identidades que debíamos asumir. Yo fui un tipo de 40 años, músico, de Mostar, pero a mi compañera le tocó ser una estudiante de 13 años, con lo que preguntarle en qué trabajaba y si estaba casada (que es una de las pocas cosas que sé decir) era un poco raro. Eso sí, nos echamos unas risas. Pero este ejercicio «comunicativo» es un espejismo. Volvemos a la dinámica de los diálogos que tenemos que repetir y de las listas de palabras que tenemos que copiar en nuestros cuadernos.
El contenido nuevo de la lección: ti/vi (tú/usted) pero sólo desde la forma, nada de explicarnos usos; el presente del verbo biti (ser) y los países, las nacionalidades y sus lenguas, los números hastas el 100 y el presente del verbo zvati se (llamarse). No practicamos apenas nada. Sólo repetimos y copiamos, repetimos y copiamos.
Estoy haciendo «los deberes» de bosnio para mañana, soy una alumna aplicada. Tengo que escribir un diálogo informal entre dos personajes, Tom, inglés y novelista y Marie, francesa y cantante. Y otro formal entre Giovanna, actriz italiana y Mario, mecánico de Mostar.
Ionescu, en su estupenda La Cantante Calva, se reía de esos díálogos absurdos de los métodos de idiomas tipo assimil, de los que sacó a sus personajes, el matrimonio Smith y el matrimonio Martin, y de los que tomó directamente fragmentos («la semana tiene siete días, el suelo está abajo y el techo arriba»). Al final, lo que vemos en escena es cómo la lengua, a fuerza de banalidad, deja de servir para comunicar nada. El espíritu de la cantante calva, personaje que nunca sale en la obra, ni se menciona ni tiene relación con lo que sucede en escena, merodea como un fantasma también sobre nosotros.
¿Seducirá el mecánico Mario a la joven y bella actriz italiana, en problemas con su coche al atravesar las llanuras de Herzegovina? ¿Conseguirá el novelista inglés el número de teléfono de la actriz parisina? ¿Estarán casados ? (Qué obsesión con el estado civil!!)
(continuará)
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Ahora se han inventado una cosa que se llama «imperfecto de rumor». Ionesco redivivo. Nuestra profesión tiene estas astracanadas, que nos vienen muy bien para ver el lado absurdo de las cosas. Sólo el amor nos salva, decía uno. Sólo el humor nos salva, le contestó el otro. Pues eso.
Así se enseñaba en Polonia a principios de los 90. Espera a que te saquen a la calle a preguntar direcciones. Los profesores no tienen la culpa, siempre hay que obedecerles y decirles que son estupendos.
Y esta profe lo es, en serio, pero no ha pensado mucho en cómo enseñar mejor una lengua. Ella habla varias y las ha aprendido así. Un saludo!
Me tiras de la lengua. A ver, Ionesco es la clave. En Ionesco están las claves. Las claves mayores, porque luego hay claves menores, desde Pedro Salinas («La Estratosfera») a Els Joglars (curso de español en la TV de Hamburgo). Hablamos de teatro en el sentido de deconstrucción de lo real. Esa relación entre Ionesco y Assimil sigue vigente. Por eso me sorprende que le des realidad ontológica al «role play», aunque puedo entenderlo, porque este post magistral está lleno de trampas. Ionesco es la clave, es decir, lo importante no es la educación sino el conocimiento, lo importante no es el conocimiento sino la libertad, lo importante no es la libertad sino la verdad, etc… En el fondo, jugamos a eso, se quiera o no. Ionesco es la prueba de lo absurdo de nuestra profesión, y de su radical necesidad. Es la lección de Ionesco.
No conocía lo de Els joglars y me ha hecho mucha gracia, la verdad. Nos estamos poniendo más trascendentales de lo que yo esperaba, la educación, la libertad, la verdad… Siempre me molestaron los profesores tiranos que tienen la razón y con los que no se puede discutir. Los odiaba ya de pequeña: los que no te explican las cosas, los que no te dejan inventarte cosas, los que dicen «porque es así, y punto». Pero es que la educación es, en sí, manipulación, como hace el profesor de La Lección… Y cuanto más conductista, más manipuladora. Porque además, muchas veces, hay ideología detrás («joder, que no, que no estoy casada, qué manía, y a ti que te importa, además», tengo ganas de decirle a mi profesora). Así que, como profes, nos movemos entre los roles extremos del dictador, del gurú, del psicoanalista, del compañero de asiento en el bus… El sentido del humor, y cuanto más absurdo mejor, lo equilibra todo, creo yo.