No sé cómo me las apaño pero vaya donde vaya termino haciendo turismo lingüístico, debe ser deformación profesional.
En todos mis destinos veraniegos de este verano he terminado hablando de lenguas o hablando lenguas: en Barcelona, chapurreando mi catalán oxidado y discutiendo con un amigo albanés que no entendía por qué tanta beligerancia con el tema del catalán/español; en Cádiz, Granada (vivan las hablas meridionales!!) y Castilla, haciendo cursos prácticos de dialectología y redescubriendo/rescatando palabras del olvido [«fijorada: tras hacer la matanza, parte que se daba a familiares o personas, generalmente más pobres, del pueblo», en Segovia]. Y en unos días mi mochila y yo nos vamos rumbo a Cerdeña, destino de turismo lingüístico por excelencia para una «romanista» como yo. Me acuerdo de que en la uni teníamos una asignatura llamada lingüística románica comparada y en el examen teníamos que desentrañar textos en distintas lenguas, entre ellas el sardo (que SI, es una lengua, distinta del italiano- y eso sin meternos en la discusión lengua/dialecto que da mucho de sí- y NO, no viene del catalán- aunque en la isla, concretamente en Alghero, se haya conservado- porque es que en las guías de viaje que ando ojeando he leído unas cosas…).
La amiga que nos acoge (y su familia, y su pueblo) es sardoparlante así que abriremos mucho las orejas y aprenderemos palabras y frases útiles y canciones y chascarrillos para usar en los viajes. Cerdeña, allá vamos…
Mi curiosidad lingüística es escasa, pero recuerdo un viaje a Indonesia en que aprendí la lengua malaya y chapurreé sus múltiples variantes. Comenzaba siempre con frases sencillas que aún recuerdo. No sé por qué luego no he mantenido esa curiosidad acerca de las lenguas más cercanas. Envidio tu periplo viajero y tu estancia en Albania en que sin prejuicios has sabido transmitirnos impresiones de ese país tan lejano en nuestras percepciones. Ojalá sigas así.