Ayer hice revisión de los exámenes de español con mis dos grupos. Al parecer los profesores aquí no lo suelen hacer y mis alumnos no habían entendido bien para qué les había citado (unos incluso pensaban que nos íbamos a tomar un café juntos), a pesar de que s lo había explicado antes ya. Fueron dos horas intensas de explicaciones, lloros y rabietas.
Una costumbre bastante común por estos pagos (y por otros geográficamente cercanos) es ir a pedirle al profesor que te suba la media. Las excusas son por lo general poco variadas: «es que me baja la media», «es que trabajo y no he podido estudiar más»… Así que, ante la reclamación del alumno X, emprendo la relectura de su examen, comentando lo que está mal, haciéndole consciente de por qué ha cometido tal o cual error y dándole la oportunidad de demostrarme que sí, que en el examen no se acordaba o se quedó en blanco, pero que sí se lo sabe… El alumno X observa y asiente sin decir ni mu, pero cuando tú crees que ha comprendido que no le vas a subir la nota, vuelve a la carga: «venga, profe, por favor, un nueve…»¿Pero no te ha quedado claro que tu examen está de seis y que ni siquiera te has currado algo en tu defensa?
Las historias que me han contado algunos profes sobre cómo los alumnos «compran» los aprobados o los dieces son mil: en liceo rumano una vez una clase entera puso dinero para comprar a su profesora una lavadora; mientras una chica albanesa se enfrentaba a su examen final de licenciatura, su padre esperaba abajo con una cocina, por si a la niña le hacía falta un empujoncito (al final no le hizo falta y se volvieron los dos a casa con la cocina de vuelta); bombones, flores… todo vale. Y poner cara de pena… Se supone que estas práctias ya no se estilan demasiado, que todo pasaba «antes», pero…